viernes, 28 de marzo de 2014

Fragmentos escritos o ventajas de la invisibilidad



I
Un niño de corta edad entra a toda prisa: el reflejo de las luces en el suelo y el propio brillo de las baldosas parece sumergirle en un frenético trance corredor, rítmicamente alimentado por el ruido de sus pequeños zapatos. Tap-tap-tap... Su madre trata de contemplar las obras lo más serenamente que puede. Después de todo, no es la primera vez que viene y ya tuvo que desistir antes. Hoy no, hoy acabará de verlo todo, aunque para ello tenga que dar caza a la veloz criatura.

II
Él pasa silencioso, casi se diría que materializándose mágicamente en la estancia. Se le ve muy joven (apostaría a que es estudiante de algo creativo). Parece recrearse con cada cuadro, como si esperase que alguno le hablara. Observa de cerca, de lejos, se mesa su barba de hipster... Por fin se acerca a la mesa. Me pide permiso para fotografiar la muestra con su móvil. Se lo concedo. Los clics se suceden hasta no dejar ningún rincón sin captura. Múltiples fragmentos que ahora le caben en un bolsillo. 

III
A ella la conozco. Estudiamos juntas hace más años de los que estoy dispuesta a calcular. No la había visto desde entonces, pero las todopoderosas redes sociales me la devuelven, con novio y perro, un perro que, a pesar de tener nombre puntiagudo (Pincho), es infinitamente suave. Ella está igual. Su voz sí que ha cambiado. Ahora es más grave y seria.

IV
Estrepitosamente entra otro señor. Sin soltar el móvil ni un segundo, pregunta cortante que quién expone. Se le ve un hombre muy ocupado, sin tiempo que perder (mucho menos viendo algo tan trivial). Dice ser artista y tener obra en otra sala. Al parecer debería conocerle. Su teléfono vive implantado en su oreja izquierda. No sé si sacará algo en claro del tiempo que allí pasó hablando a voz en grito con el lejano fantasma del otro lado de la línea, pero todos los presentes conocimos a la fuerza la molesta patología genital de una sobrina suya, que espero esté ya repuesta.

V
Deberá andar al menos por los ochenta. Es menuda y decidida. Eso de mirar cuadros le parece una pesadez, tiene muy claro lo que quiere saber y lo pregunta: ¿tienes estudios? ¿pintas con luz? ¿por dónde vives? Sota, caballo y rey.

VI
¡Mira, Mamá: un culo!

VII
Los dos van despacio. Ella decide empezar por la pared de la derecha; él lo hace por la izquierda. Cuando se encuentran al fondo, comentan cosas muy bajito. Se les ve contentos. El chico saca una moleskine y empieza a dibujar o anotar cosas, no sé. Se toman su tiempo y luego se marchan, dándome las gracias. Yo no puedo evitar sonreír.


En efecto, cuidar la sala da para mucho.






2 comentarios:

  1. Parece que has estado cuidando mi propia exposición, será porque lo que narras es universal. Sí, dos o tres semanas dan para mucho: fauna de todo pelaje. A mí me entró una vez una señora muy alta y bien puesta, no paró de hablar por el móvil, sin disimulo, y sólo abandonó la sala cuando colgó. Horror, había entrado para poder charlar tranquila!

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    1. Además entre el eco y la pésima cobertura del interior, he llegado a pensar que no hay nadie al otro lado de la línea: hablan de mentira. Es una raza de conversadores-zombie. Ya están tardando en hacer la serie para televisión.

      Gracias por tu visita a estas páginas, Pedro

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